¿Te diste cuenta que cuando agradecés en forma sincera y conectada a lo qué estás viviendo, naturalmente comenzás a recibir más y más bendiciones, oportunidades, un taxi a tiempo, un cruce sincronizado con quien necesitabas juntarte?
Muchas veces, nos olvidamos de que atraemos hacia nuestra vida, la misma energía que estamos vibrando y proyectando hacia afuera. Cuando encendemos el “modo pesimismo”, instantáneamente comienzan a torcerse las cosas, uno tras otro van llegando los contratiempos, las negatividades, los colectivos que se van justo cuando llegamos a la parada y teníamos el tiempo acotado.
Un mal día lo puede tener cualquiera y hasta siento que es sano tenerlo, expresar lo que nos enoja, llorar porque necesitamos hacerlo aunque no sepamos muy bien cuál es la causa, no querer hablar por tres horas y desistir de reuniones que no nos interesan, más allá de lo que digan alrededor.
Sin embargo, es importante revisar si no estamos trabajando nosotros activamente para prolongar este estado. ¿De qué pensamientos alimentás tu energía? ¿Cuáles son las emociones recurrentes que vivís a lo largo del día? ¿Cuánto hace que no te dejás sonreír?
Tomate un día para agradecer lo que haya llegado a tu vida para hacerte bien, lo que recibiste y sentís que, sin eso o sin ellos, hoy serías diferente. Honrá lo que fuiste alcanzando, lo que supiste perdonar y lo que te permitiste cambiar para seguir avanzando. Agradecé por poder estar leyendo, por tener un nuevo día para activar la oportunidad en vos.
Me corrijo. No te tomes un día. Hacelo hoy. Hacelo ahora mismo. Te lleva solo unos minutos y, una vez que comiences, vas a sorprenderte de la gran cantidad de situaciones y momentos que se te ocurren para agradecer. Te vas a alegrar el día. Te vas expandir el corazón.