En nuestra nota anterior, te contábamos que aprender a relajarte trae muchísimos beneficios para tu cuerpo y tu salud integral. Esta vez, vamos por más y llevamos la teoría a la práctica.
¿Meditamos juntos?
Acomodá tu cuerpo en una postura que te permita estar relajado y consciente de cada parte. Sentí tu apoyo, tu contacto con el suelo, la colchoneta, el sillón o la manta en dónde estés.
Cerrá tus ojos lentamente, sin forzarlos y llevá tu atención a tu respiración. Sentí al aire ingresando, recorriéndote y dejándose ir. Sentí a tu mente en movimiento y trabajá para aquietarla. No te apegues a los pensamientos que lleguen hasta vos. Simplemente, entendé que están ahí, pero dejalos ir, dejalos pasar como si fuesen nubes en el cielo.
Bajá tu ritmo de a poco, sin forzarlo, permitiendo que tu misma respiración sea la que aquiete y serene tu ritmo vital. Tu corazón cada vez palpitará más tranquilo. Escúchalo, dale espacio.
Sentí la energía en tu cuerpo, la energía que sos, la energía que estás vibrando.
Qué percibís? Qué llega hasta vos? Cómo se siente tu cuerpo desde adentro de vos mismo?
Continuá respirando, relajando, bajando impulsos. Dejá que el cuerpo se haga más y más pesado y que el silencio te lleve hasta el centro, hasta el equilibrio.
Cuidá tu espacio de serenidad, tu raíz profunda, tu quietud personal.