Nuestros pensamientos recurrentes, definen gran parte de nuestra energía y de lo que atraemos hacia nosotros. Si necesitamos cambiar algún aspecto de nuestra vida que nos está lastimando, comencemos por nuestras creencias:
No te sabotees pensando limitadamente: Animate a visualizar en grande y accioná desde lo más pequeño. Cuando te pensás con limitaciones o como si estuvieras incompleto y algo o alguien debieran venir a salvarte, estás saboteando vos mismo tu realidad. Si querés algo, querelo con toda tu energía, con toda tu acción y enfócate.
Visualizalo en grande y hacé que cada día sea una nueva oportunidad para seguir acercándote a ese deseo. Nada te lo impide, nada se interpone cuando activás tu camino del corazón. Y si alguien te enfrenta, será solo para que demuestres cuánto estás dispuesto a dar por alcanzar tu propósito. A veces, puede ser muy revelador porque nos damos cuenta de que, en verdad, no lo queríamos tanto.
Lo que pensás, creás: Identificá tus creencias encriptadas y negativas, esas que te quitan poder y te desvitalizan cada vez que las recordás. Por ejemplo, “yo no puedo”, “a él le fue más fácil porque obtuvo ayuda”, “ella puede porque es más segura de sí misma”, “si no pude antes, no podré ahora”. Stop. Lo único que hacemos cuando nos repetimos una y otra vez este tipo de creencias es convencer al Universo de que así sea. Dejemos de recrear lo que no queremos y animémonos a tomar el valor de comprender que tenemos a nuestro alcance el poder de sanar nuestra propia vida.
Transformá lo encriptado en algo fluido: En vez de enfocarnos en definir creencias y transportarlas como si fueran parte de nuestro ADN personal, intentemos ablandarlas, hacerlas más fluidas para que puedan cambiarse y adaptarse a lo que necesitamos para estar bien a cada momento. Al igual que el Universo (Y gracias a Dios o a como quieras llamarlo) nosotros también cambiamos y nuestras creencias deben ser afines a lo que queremos ser.