La vida se trata de belleza. De buscarla, crearla, reconocerla y compartirla. De la capacidad de ver como todo lo que nos rodea y todo lo que nos pasa, permanece en hermosa conexión con nuestro plan de vida y con aquello que nos hemos propuesto aprender. Belleza que podemos sentir estando cerca de los árboles, belleza que damos al mundo cuando realmente amamos lo que hacemos, belleza que podemos compartir cuando nos abrimos a recibir lo que la vida tiene para mostrarnos. Cuando ya no resistimos los cambios y nos permitimos fluir. Todo, todo, todo se trata de esta belleza.
Y aunque pasemos buscándola afuera de nosotros, a través de una ropa, una tendencia, persiguiendo alisados y cremas milagrosas, no hay mayor belleza que aquella que surge cuando sabemos quiénes somos. Cuando ya no tratamos de cambiarnos más, cuando nos decidimos a ser felices porque comprendemos que es nuestra responsabilidad alinearnos para que eso pase. Cuando ya no tratamos de movernos para perseguir la calma o la espiritualidad, porque la estamos experimentando acá y ahora, en nuestro propio cuerpo, en todo lo inmenso y misterioso que somos.
Pero esa belleza, también, surge cuando ya no nos sentimos, ni nos ubicamos aislados del resto de la existencia, porque entendimos que entre todos formamos una gran y única energía, donde cada cosa que hacemos o no hacemos, transforma y afecta a todo lo demás.
Una vez alguien me dijo que éramos como los rayos del sol. Cada uno irradiando y pareciendo individual, pero si pudiéramos acercarnos tanto como para comprenderlo verdaderamente, veríamos que en realidad no hay división entre el sol y sus rayos.
Todo está ocurriendo en simultaneo y nuestras vidas se relaciones con cientos de otras vidas. Y si somos capaces de experimentar esta conciencia, jamás podríamos dejar de lado lo que ya somos, nuestro cuerpo tal cual es, nuestras habilidades, y todo aquellos que sentimos en el corazón o esa vocación que, aunque todos nos desmotiven, sabemos que es nuestra misión.
Porque si no aceptamos lo que traemos con nosotros (Cuerpo, dones, talentos, dificultades), jamás podremos ser ese rayo de sol que nos hemos propuesto para nuestra experiencia de vida. Y ese sol estará incompleto o con un rayo falso que se empeña en ser otro.
Entonces, al menos hoy, decidamos trabajar en reconectarnos con lo que ya somos, con todas esas abundancias y dificultades que portamos, porque de nuestra relación con ellas, dependerá lo que podemos llegar a ser. Aceptemos, abracemos lo que llevamos, lo que hemos aprendido. Dediquemos un momento diario a bendecir nuestra vida y nuestra persona, agradeciendo todo lo que hemos podido experimentar y enfoquemos nuestra energía en fortalecernos como rayos de ese Gran Sol que nos mantiene hermanados con todo lo que existe.
Porque precisamente ahora, podemos dejar de querer cambiarnos y optar por conocernos y auto-descubrirnos. Porque justamente hoy, podemos elegir convertirnos en la mejor y más bella versión de nosotros mismos. No hay porque esperar a mañana.