Tomá un momento para vos mismo. ¿Por qué te difícil? ¿Acaso no tenés unos minutos para concederte? ¿Acaso no los necesitás?
Serená tu mente para que se calme el cuerpo. Respirá profundo para desacelerarte y para soltar una exhalación que te limpie y te libere. Practicá cómo relajarte.
¿En qué lugar te gustaría estar ahora mismo? ¿Podés visualizarlo? ¿Llegás a olerlo? Podés percibir sus sonidos? Dejate viajar hasta ahí. Llevate a estar donde te hagas bien. Buscá tu centro.
Continuá respirando hasta encontrar tu ritmo, hasta bajar los impulsos y los pensamientos que tratan de ir desde un lugar hasta otro. Aquietalos, dirigilos, orientalos.
Respirá todavía más hasta soltar el cuerpo, bajando los hombros, liberando la espalda y el abdomen. Relajando las piernas y las plantas de los pies.
Si tu camino no fluye, quizás sea que estás andándolo demasiado rápido o con demasiado peso. Si tu amor no te llena, tal vez, te hayas olvidado cómo recibirlo y desde dónde brindarlo. Si tu sonrisa lleva demasiado tiempo sin aparecer, puede que tu corazón haya estado demasiado tiempo sin ser escuchado o sin ser compartido.
Trabajá tu armonía honrando tu cuerpo y tu tiempo. Serená los pensamientos para que la perspectiva y la intuición aparezcan. Acomodá tu movimiento aprendiendo a transitar danzando.