No hay un paso a paso implacable que podamos seguir, ni un plan perfecto que nos guíe hacia la felicidad, pero existe algo poderosamente efectivo para acercarnos a ella: Darnos el permiso y la libertad para vivirla.
Hay dos actitudes claves que suelen limitar nuestra experiencia de una vida más saludable y más feliz: La culpa & la falta de permiso con nosotros mismos.
La auto exigencia extrema nos lleva a bloquear nuestra expresión y nuestros sentimientos verdaderos. Generalmente, la base de este comportamiento es una zona compartida entre el no permitirnos equivocarnos y el terror a ser juzgados.
La culpa también hace lo suyo en este bloqueo. Ejerce un dominio en nuestra mente y en nuestro corazón haciéndonos sentir mal por situaciones que no nos corresponden o que, tal vez, sí nos corresponden pero han sido en el pasado y necesitamos comprender que solo si actuamos (no solo pensamos) en el presente, podremos sanarlas. Otra enorme limitación que nos concede la culpa es que no nos permite disfrutar de los buenos momentos y las abundancias recibidas, porque siempre estamos teñidos de esa emoción negativa.
¿Cuántas veces te encontraste a vos mismo sin permitirte decir que no? ¿Sin permitirte sentirte cansado, de mal humor, con ganas de renunciar? ¿Cuántas veces te diste cuenta que no sos capaz de pedir ayuda, simplemente, por miedo a que te vean vulnerable?
En esta búsqueda de una vida más integral, más holística y armónica, muchas veces nos confundimos la meta o el mensaje no se entrega con claridad. No se trata de alcanzar (muchas veces, imitar) una vida “perfecta” donde jamás nos enojamos, donde nos pasamos las veinticuatro horas en estado zen, donde nos vestimos de blanco para dar una sesión de Reiki.
Se trata, en el mejor de los casos, de poder aprender a descubrirnos, a trabajar con nuestra energía, con nuestras heridas, aprendiendo qué es lo mejor para nosotros y cómo alcanzarlo cuidando o sin afectar el entorno que nos rodea. Se trata de percibir más, de escuchar mejor, de sanar nuestra manera de relacionarnos.
Pero también de vestirnos de blanco, solo si realmente ese color nos hace sentir bien, no por moda o porque es tendencia zen. Y sobre todo de compartir Reiki con el corazón abierto y no para justificar nuestra “vida espiritual”. No existe tal cosa. La vida es de por sí espiritual cuando se entiende como sagrada, más allá de lo que hagamos o de lo que nos pongamos para vestirnos.
Vivir mejor es darnos el permiso para sentir, para recibir sin resistencias, para aprender a fluir con lo que nuestra esencia y nuestro camino nos conceden como oportunidad.
¿Qué podemos permitirnos hoy que nos haga sentir, realmente, bien?