Estamos atravesando uno de los años más difíciles y desafiantes, tal vez de nuestra vida: en relación a nosotros mismos, a nuestros vínculos, y en lo económico. Y es muy importante, cada vez más, que sigamos buscando herramientas para desarrollar nuestra espiritualidad, y calmar la ansiedad que nos gana a partir de tanta incertidumbre. Por eso, nos pareció un buen momento para compartir la mirada de la Psicoterapia Zen.
El doctor Jorge Rovner, médico especialista en psiquiatría y psicología médica, y presidente de la Asociación Argentina de Psicoterapia Zen, explica que se trata de una terapia cognitivo existencial, destinada a todo tipo de pacientes, con independencia de su credo religioso, género y edad. Y la licenciada en psicología Carolina Navas, que trabaja a partir de esta propuesta, agrega que aquí se integran muchos principios que tienen raíces en el budismo, no como una religión, sino como una filosofía de vida.
“Todo lo que estamos viviendo ES Y SERÁ un tiempo para construir con lo posible, no con lo ideal”, dice Navas. Y agrega: “Cuando logramos aceptar que somos seres reales y no ideales, todo se nos hace más liviano. Por eso un buen consejo en este momento, es que podamos aceptar continuar la vida AQUÍ, AHORA y ASÍ (uno de los principios de la Psicoterapia Zen). Con lo real. Con lo que ES”.
Le pedimos a Carolina que nos cuente más de estos principios, y cómo pueden ayudarnos a tener una nueva mirada de la vida cotidiana. ¡Te invitamos a tomar nota!
- Vivir Aquí, Ahora y Así: nuestra mente funciona como lo que se conoce como “mente de mono”. Esto quiere decir que hemos sido educados para estar constantemente pensando. Así como un mono salta de rama en rama, nosotros saltamos de pensamiento en pensamiento (lo cual expresamos como “no puedo dejar de pensar”). ¿Qué podemos hacer para salir de este círculo vicioso? Empezar a estar presentes en cada situación que atravesamos: cuando estamos comiendo, comer; cuando nos bañamos, sólo bañarnos; y así sucesivamente. Nos dispersamos porque no estamos conectados al 100 por ciento con lo que hacemos. Entonces, para dejar de disociarnos, tenemos que poner todos nuestros sentidos en cada actividad que realizamos. Un ejercicio: cuando cocines, presta atención a los colores, olores, sensaciones, y trata de no ponerte a pensar en otra cosa. Y así con cada actividad diaria, siempre que puedas.
- Ser compasivos: muchas veces nuestro diálogo interno se activa como una radio que no deja de hablarnos, y eso lleva a que nos comparemos, a que tengamos prejuicios, a que nos exijamos. Entonces, ser compasivos quiere decir darnos amor y paciencia a nosotros, y al resto de las personas. En lugar de enojarnos, de subestimar o subestimarnos, podemos reemplazar ese diálogo diciéndonos que estamos haciendo lo mejor que podemos. Y cuando ese enojo sea “hacia afuera”, podemos primero pensar bien del otro, entender que ese otro da lo mejor que puede, incluso equivocándose. Y desde ahí, podremos mirarnos desde un lugar mucho más amoroso y por lo tanto humano.
- Aceptar que lo que es, es: sufrimos porque nos peleamos con nuestra realidad, o porque nos gustaría que las personas sean de otra manera. Aceptar que hay cosas que son así, y no como quisiéramos que sean (ni siquiera como deberían ser), nos hará vivir con menos sufrimiento. Un buen ejercicio para practicar la aceptación es pensar que la realidad no puede acomodarse a nosotros, sino al revés, nosotros tenemos que acomodarnos a la realidad. Si yo programo que mañana quiero tomar sol está muy bien. El problema es cuando me levanto, veo que está nublado y eso me condiciona todo el día. Yo misma me genero malestar o sufrimiento. Y ése es el punto que debemos detectar a tiempo y modificar.
- Todo es impermanente: nos han educado para rechazar todas las emociones que no nos resultan placenteras, como por ejemplo la tristeza. De esta forma vamos por la vida dándole la bienvenida a lo que es lindo o alegre, y rechazando lo que no es así. Es importante entender que todas las emociones tienen una función, y que si nos animamos a transitarlas todo fluye mejor. Yo sugiero hacernos preguntas como por ejemplo: ¿La alegría dura para siempre? La respuesta es “no”. Y la tristeza ¿por qué duraría para siempre? Si la alegría no dura para siempre, la tristeza tampoco; sólo que como la alegría se considera “linda”, fluimos con ella (en cambio nos peleamos con la tristeza). Nos ayuda mucho poder decirnos que la vida es un conjunto de vivencias, y que vale la pena vivirla, aún cuando tengamos momentos de pena. Todo hace a nuestra existencia.
- Cultivar el optimismo: ser optimista no quiere decir negar lo que sucede, sino confiar en los procesos, en nuestros recursos internos, en que vamos a poder transitar los conflictos de la mejor manera posible. Un ejercicio que podemos hacer es narrar un conflicto pero con la máscara del optimismo (quiere decir que una vez que te ponés la máscara, tu discurso tiene que responder a esa máscara). Es increíble como empezamos a contactar con nuestro interior, porque salimos de los “no voy a poder”, o del “es muy difícil de esta forma”, y pasamos a ver opciones donde antes solo veíamos dificultades.
- No tomarnos nada personal: el otro no “nos hace algo a nosotros”, sino que “hace en general”. Es su forma de ver el mundo lo que lo lleva a actuar así, pero frente a él puede tenerme a mí, a Juan o a Pedro, y va a reaccionar igual. Cuando me tomo todo personal, creo que es contra mí, y tiendo a defenderme, enojándome, atacando, etc. Y desde ahí no es posible resolver nada. Acá recomiendo primero tomar distancia interior y decirme que cada cual da lo que tiene en su interior: quien tiene amor da amor, quien tiene agresión da agresión, pero no es contra nosotros, sino que no puede darnos lo que no tiene. Lo que yo sí puedo, es elegir cómo responder a eso, incluso distanciándome en lugar de querer hacer justicia. Si no suma que no reste.
- La felicidad es un estado no una meta: muchas veces unimos la felicidad a la idea de reírnos o divertirnos. Y si bien puede ser que en esos momentos haya felicidad, también podemos ser felices estando tristes. Porque la felicidad tiene más que ver con un estado de paz interior, de sentir que “va por ahí” nuestro camino, a pesar de que a veces tengamos que hacer elecciones que nos duelan. Siempre debemos recordar que que si bien no podemos controlar lo que sucede, podemos elegir cómo responder a ello. Por eso, la felicidad tiene más que ver con una decisión. Un buen ejercicio para hacerme cargo de mis estados, es imaginar que tenemos una bolsita con moneditas de oro -24 por día-, y tenemos que elegir en qué vamos a gastarlas porque no son acumulables. Entonces ¿Tiene sentido que gastes moneditas en quedarte enganchado en cómo te tocó bocina el que manejaba al lado? Vos decidís en qué gastarlas, y de acuerdo a esa decisión es que elegís ser feliz o no.
Será cuestión de decidir en qué vamos a gastar nuestras moneditas hoy. ¿No creen?