Aprovechando la llegada del sol y los días más largos, te proponemos esta meditación para reconectarte con lo que sentís. Desenchufando las listas mentales de “hacer y deber” y encendiendo el corazón para escucharte.
Te guiaremos paso a paso para que puedas serenar tus pensamientos, respirar en forma consciente y retomar el contacto con tu cuerpo.
Elegí un espacio al aire libre, en el cual puedas relajarte y comenzar a disfrutar del entorno. Si no tienes la posibilidad de acércate hasta algún parque, puedes hacerlo en el rincón de tu hogar que más te guste. Todos tenemos un “espacio de poder” en nuestras casas. Si aún no lo has descubierto, tómate el tiempo para encontrarlo, activando tu percepción al recorrer los ambientes.
Una vez que elegiste tu lugar, recuéstate sobre el piso o sobre la tierra (Si tienes la suerte de estar en la naturaleza) y separa, sólo un poco, los brazos del cuerpo. Del mismo modo, separa tus piernas, manteniendo el ancho de tus caderas y deja caer los pies hacia los costados. Intenta practicar mirar tu cuerpo desde adentro. Es muy importante que aprendamos a reconocer nuestro estado y nuestra postura corporal sin abrir los ojos y, aunque te parezca difícil, es sólo cuestión de práctica.
Comienza a tomar respiraciones lentas y profundas, inhalando y exhalando siempre por la nariz. Intenta cerrar los ojos en forma suave, sin apretar los parpados o forzar la postura facial. Lleva toda tu atención a tu manera de respirar y al circuito que realiza el aire al entrar y salir de tu cuerpo. Concéntrate en sentir cómo se infla tu abdomen al tomar el aire y cómo se vuelve hacia tu columna, para exhalar. Conéctate con el movimiento de tu cuerpo. Eres ese cuerpo que respira y siente y, ese cuerpo, también porta una voz y un mensaje.
Cada vez más relajado, comenzarás a visualizar tu cuerpo desde adentro, y vas a concentrarte en un punto de luz, muy pequeño, que vibra en color verde. Con tu imaginación, vas a llevar ese punto de luz hacia la zona de tu corazón para que ilumine todo tu pecho.
Ahora, lleva tus manos hacia el centro de tu pecho, como si aplicaras Reiki, y siente la energía y el calorcito que producen. Continúa visualizando esa luz verde en tu corazón que, ahora, comienza a expandirse y va colmando todo tu cuerpo. Visualiza cómo se extiende por tus hombros, baja por tus brazos y alcanza tus manos. Del mismo modo, esa energía continúa descendiendo por tu abdomen, por tus caderas y tus piernas, hasta llegar a tus pies. Todo tu cuerpo está vibrando y recibiendo esa energía verde de curación, de equilibrio y armonía.
Ahora, llevas tu atención a tu pecho, nuevamente, y a lo que sienten tus manos al estar ahí. Pregúntale a tu corazón qué tiene para decirte, qué está necesitando en este momento, qué quisiera dejar ir y qué quisiera agradecer. Bríndate hacia ti mismo, como si te volvieras hacia adentro para verte en profundidad, con una nueva mirada. Ya no observas con tus ojos sino con tu percepción. Ya no escuchas con tu mente, sino con tu corazón expandido.
Quédate allí, respirando y reconectándote todo el tiempo que sea necesario. Comprometiéndote a escucharte y a tomar el tiempo diario para sentir tu energía, para recibir el mensaje que tu cuerpo tiene para darte. Allí hay tanta información, tanta sabiduría, que podrías transformar toda tu vida, con solo alinearte con él.
Cuando así lo sientas, comienza a realizar pequeños movimientos con tus pies y con tus manos, en forma suave, para indicarle a tu cuerpo que tiene que regresar. Inclínate hacia el lado derecho, en posición fetal, e incorpórate tranquilamente para no forzar la espalda.
Recuerda que ese espacio de serenidad y conexión está sólo y siempre adentro de tu propio cuerpo. Puedes volver a él, cada vez que lo necesites.